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EN DEFENSA DE LA PROTESTA COMO UNA ACCIÓN MASIVA DE CUIDADO COLECTIVO

Foto del escritor: SituadasSituadas

Ilustración realizada por Andrea Zúñiga


¿Qué pasaría si le dijéramos que la protesta es una de las mayores acciones de cuidado colectivo?


Usted pensará que cuidar y protestar no son palabras afines entre sí. Que son experiencias y conceptos que no se pueden relacionar. Al fin y al cabo, lo que entendemos comúnmente al referirnos a la acción de “cuidar” es proteger, abrazar, acompañar, dar aliento; estar presente, permitir la vida, promover el bienestar, ocuparse de lo que una ama. Y “protestar”, en la opinión de muchas personas; se asocia con bloquear avenidas, generar enfrentamientos, propiciar daños a edificios, calles, medios de transporte, y contar luego cantidades grandes o pequeñas de personas heridas, maltratadas, e incluso fallecidas.


Parecen acciones distintas, casi contrarias. En esta relación de oposición, cuidar surge desde la ternura, y protestar desde la rabia. Cuidar es algo dulce, familiar, agradable; y protestar se entiende como algo violento, ruidoso y desagradable. Cuidar se hace por amor, por compromiso, por compasión; y protestar se hace desde el odio, la polarización y el vandalismo.


Éstas son asociaciones comunes, sin embargo la invitamos a replantearse de nuevo: ¿qué tal si protestar es una forma de cuidarnos mutuamente, incluso, ¿qué tal si manifestarnos es una forma masiva de cuidar, no solo nuestros propios intereses, nuestra dignidad, sino la de millones de personas con las que ni siquiera nos conocemos?


Intentaremos compartirle algunas ideas que nos resultan centrales para que usted aborde esa pregunta, para que reflexione y eventualmente la intente responder.


En primer lugar, queremos partir de la base de que para sostener la vida y darle continuidad de forma digna a lo que conocemos (seres, lugares, prácticas, comunidades), necesitamos un mínimo vital, una serie de condiciones mínimas para vivir bien, de manera digna. Podríamos resumirlas en: contar con una vivienda, cultivar la salud y ser atendida en caso de enfermedad, alimentarse apropiadamente, tener tiempo para descansar, acceder a trabajo justo y remunerado, tener libertad de expresión y movimiento, acceder a la educación, al ocio y a la cultura, vivir en un territorio que también sea cuidado y reconocido, y sentirse protegida en él.


Cada una de estas condiciones mínimas se traducen en derechos; derechos de seres, lugares y comunidades, que deben ser garantizados como un deber absoluto por los miembros integrantes del Estado, lo anterior debido a que Colombia, como bien lo dice la constitución en su preámbulo, es un “Estado Social de Derecho”.


Esto significa que el Estado debe proteger a quienes hacemos parte de la nación, velar por nuestro bienestar, darnos continuidad para bien vivir. Es el Estado quien recauda y maneja todo el dinero del país, quien cuenta con las instituciones para nutrir y sostener, quien además tiene la potestad de tomar decisiones, representarnos frente otros Estados, y finalmente es quien puede ejecutar las acciones para que los seres que habitamos el territorio nos sintamos cuidados, es decir; que tengamos vivienda, salud, alimento, descanso, trabajo justo y remunerado, libertad de expresión y movimiento, educación, ocio, cultura, aire puro, agua limpia, tierra fértil, comunidad unida, y protección.


Sin embargo esto no ocurre en nuestro país. Colombia tiene altísimos niveles de desigualdad, desempleo, desplazamiento, pobreza, corrupción, asesinato a líderes ambientales, sociales y comunitarios a escala mundial. Esto quiere decir que el cuidado que debería procurar el Estado no se está viendo en la realidad actual, por el contrario, es cada vez más precario, tanto así que es el Estado mismo quien ha perpetrado grandes focos de inequidad, dolores, desigualdades y desprotección para sus ciudadanas.

Lo anterior refleja que la marcada falta de economía y la pobreza a nivel nacional determina el hecho de que cada vez seamos más las ciudadanas de a pie quienes nos veamos afectadas y ¿por qué? usted se preguntará… comencemos. Cada vez nos aumentan más el precio de los alimentos, esto significa que empezamos a comer menos y de menor calidad, ya sea porque no tenemos dinero o porque no tenemos trabajo debido a la falta de oportunidades laborales. A veces nuestras jornadas son tan extenuantes que apenas podemos sacar tiempo para alimentarnos, muchas veces con productos importados, mientras nuestras productoras nacionales viven en la miseria. Y por otra parte la tierra destinada a producir suele concentrarse en productos para exportación que la llenan cada vez más de agentes químicos, monocultivos y prácticas que la contaminan, sólo por obtener un beneficio económico, sin contar con la tierra que se tala, se quema o se convierte en pasteo por este mismo fin a través de la ganadería.


Esto descuida no solo nuestras mesas, sino también a todas las personas que habitan y viven del campo puesto que necesitan primordialmente de la tierra para subsistir. Asimismo, profundiza nuestra desconexión en términos del cuidado de la tierra a la que pertenecemos y de quien dependemos por completo, y finalmente contribuye a la reproducción de ideas sistémicas y estructurales impuestas que nos presentan a las humanas como seres superiores, negando la complejidad de la vida en el planeta y derivando de ello nefastas situaciones, entre muchas otras, la actual pandemia. Otra situación por la que tampoco nos sentimos protegidas es por los altos índices de violencia en nuestro país, que no solo aumentan a diario sino que se vuelven una cifra más para toda la población día tras día. Nos hemos acostumbrado a las masacres como pan diario, vivimos aún una guerra interna que se ha perpetuado durante décadas. Es precisamente la gente que cuida el agua, los animales, los páramos, la abundancia natural, sus comunidades, la que es amenazada y asesinada cada día. Si a esto sumamos el hecho de ser mujeres, personas trans, homosexuales, disidentes o no binarias, la violencia se diversifica y se profundiza, no sólo nos asesinan por cuidar, sino por existir.

Adicionalmente tampoco nos cuidan si enfermamos. El procedimiento para tratarnos se vuelve un agotamiento peor que la misma enfermedad. Trámites, filas y diligencias es lo que nos ofrecen cuando hablamos de salud.


Todos los días hay personas que se agregan a una lista de espera por una cita que llega cuando ya no hay remedio, y la situación ha empeorado en la actualidad en donde el coronavirus sars-cov 2 ha acabado con miles de vidas por falta de preparación, inversión y un pésimo manejo de pandemia. Además otro dato importante por el que sentimos que el Estado no nos cuida, se refleja en aquellos que pertenecen al sector de la Salud, ya que no solo se exponen a riesgos altísimos por cuidarnos, si no que al ser este su trabajo diario, muchas veces no reciben una remuneración significativa ni contínua que les permita seguir salvando vidas, esto sin tener en cuenta que no contamos con la infraestructura necesaria para atender, ni mucho menos la pedagogía suficiente para prevenir.


Tampoco tenemos acceso a vivienda digna, a veces ni siquiera a una vivienda y mucho menos si es usted una persona joven quien recién empieza a vivir. Quienes pueden y logran ese privilegio se endeudan no sólo con créditos hipotecarios sino también créditos para estudiar, para montar un negocio, para pagar gastos de salud o de movilidad. Y quienes no pueden acceder ni siquiera a estos créditos que les cobran altos intereses en el tiempo, deben continuar trabajando día tras día para obtener un sustento que lo que implica es una continua informalidad para subsistir, sin seguridades laborales ni expectativas para una vejez en la que trabajar no sea obligatorio y donde una pensión esté asegurada.


Reflexione también en cabeza de quienes se encuentran la mayor parte de la economía y recursos de nuestro país, no le será difícil darse cuenta. Somos un país megadiverso y con gran capacidad de producción y comercialización. Dinero si hay, pero mal distribuido. Dinero para cuidar al pueblo de forma estructural existe, pero las posibilidades económicas que tiene el Estado terminan en manos de personas multimillonarias y poderosas, que cada vez acumulan y concentran más las riquezas a través de contratos ilegales, corrupción, apropiación de terrenos baldíos, convenios con multinacionales que despojan a las personas más vulnerables de sus tierras. Adicionalmente el gasto militar es absurdo. La inversión en armas, uniformes y máquinas de guerra es tan enorme que ocupamos el segundo lugar a nivel latinoamérica. Porque dinero para salud, educación, cultura; para el campo, la ciencia, las viviendas, no hay, pero por supuesto que hay por cantidades para aviones, armas y tanquetas. En todos los aspectos y dimensiones, ellos extraen, negocian, explotan para enriquecerse, nos sacan el poco dinero que tenemos a través de impuestos que las grandes empresas y millonarios si pueden evadir, y aun no contentos cada vez nos quieren dejar con menos...


Nuestra situación es crítica, tanto así que nos hemos acostumbrado a vivir entre la corrupción, la precariedad y la muerte. Se ha vuelto nuestra normalidad.


Y es en medio del caos, entre tanta desigualdad y miseria, que el Estado Colombiano comienza de nuevo a ejecutar su papel protagónico de siempre, haciendo más difícil la situación actual. Promoviendo reformas en donde no solo se vuelve más costoso acceder a la salud, sino que ahora con su planteamiento será prácticamente imposible, siempre que no haga usted parte de la hegemonía privilegiada del país en quienes se concentra el dinero. Las reformas tributarias, de salud y laboral intentan sacar más dinero a las colombianas, en medio de una pandemia que ha hecho que el país agonice. Transforman sus obligaciones de cuidado estructural en negocios rentables a escala nacional. Y mientras tanto, ellos amasan sus fortunas, reparten cuotas, devuelven favores, guardan sus billetes bajo sus colchones y pretenden pagar las deudas y los desfalcos del país a costa de la ciudadanía, poniendo impuestos insostenibles y privatizando los servicios, que en realidad son derechos del pueblo.


Nos hemos acostumbrado a vivir entre la mentira,, la injusticia y los asesinatos.


¿Acaso no tenemos más opción que aguantar la tiranía de nuestros “gobernantes”?

La opción más directa que tenemos es expresar abiertamente nuestro descontento, mostrando públicamente que no estamos de acuerdo, exigiendo garantías, pidiendo que nuestras voces sean escuchadas. Por eso salimos a las calles, porque es la forma más cercana que tenemos para poder dialogar en comunidad y hacer sentir el dolor común que todos sentimos. Es el cansancio y la injusticia que hemos acumulado durante décadas en nuestros cuerpos la que nos lleva a salir a protestar, como nuestro derecho fundamental.


En una protesta cada persona se suma con la intención de que el cuidado integral deje de ser algo para unos pocos. Salimos con la convicción de que lo mínimo para subsistir debe ser común a todas las personas; que debe involucrar los territorios en los que vivimos, y que éstos no nos pueden ser arrebatados. Cuando una persona marcha, no lo hace por sus intereses personales. Marcha por el río desaparecido, por las personas que ya no están debido a la violencia, por la injusticia que reina en nuestro país en tantos sentidos. Por eso protestar es urgente, importantísimo. Porque al hacerlo todas las personas estamos exigiendo bases y posibilidades de cuidarnos de forma amplia, colectiva, estructuralmente, sin excepciones.


Y aunque quisiéramos protestar de forma pacífica, no siempre se puede. Aun cuando salimos con música y color, sin ánimos de confrontación; las fuerzas armadas que protegen al estado golpean, hieren, maltratan e incluso acaban con nuestras vidas.

¿Cómo puede ser aceptable que el hecho de pedir lo justo sea un crimen a castigar?, ¿cómo podemos estar de acuerdo con que por denunciar inconformidades nos apunten con sus armas, nos encarcelen, abusen, nos asesinen y pasemos a ser personas que encabecen una simple lista?


Las marchas pacíficas son dignas del agrado y la aceptación pública. Sobre todo si son manifestaciones coloridas y alegres que no obstaculicen el comercio, las operaciones militares, las reuniones de la élite, y lo que popularmente conocemos como “progreso”. Lo que esperamos de ellas no es un sacudón al poder establecido, que por décadas lleva aprovechándose del pueblo y los más vulnerables. Sino que por el contrario esperamos un desfile que pase desapercibido, que no incomode nuestras estructuras, que no nos coloque de frente con la realidad en la que vivimos: un país que soporta injusticias y desigualdades tremendas sin siquiera conmoverse.


Manifestarse y protestar pacíficamente es posible si no se llega a incomodar a las principales elites y sectores privilegiados del país. Si no se toca el sagrado dinero que fluye por las ciudades y avenidas. Si ante las exigencias y demandas de tantas personas cansadas de la injusticia, no ocurren daños en sus bienes. Marchar pacíficamente se reduce a una simple alharaca o ruido en donde nadie se entera de lo que ocurre, lo que hace que el objetivo de la protesta, que es manifestar inconformidad, abierta y masivamente para exigir derechos al Estado, desaparezca.


También sería posible si en Colombia no fueran cientos los casos grabados y documentados de infiltración por parte incluso de las fuerzas militares y la policía, que son quienes incitan a la destrucción para así poder justificar sus abusos y violaciones a los derechos humanos. Hemos visto durante estos días de movilización, desde el 28 de abril hasta hoy, 8 de mayo, policías vestidos de civil golpeando personas, llevándolas fuera de las ciudades en camiones, hablando con agentes del esmad, saliendo o entrando a las estaciones. ¿qué hacen ahí?, ¿cómo puede usted explicar o justificar policías sin identificación en sus uniformes tirando piedras en marchas pacíficas, rompiendo vidrios, lanzando gases, balas incluso, en barrios residenciales sin importar si hay niños o ancianos en peligro? Y también sería posible marchar pacíficamente si, frente al descontento de todo un país, los gobernantes escucharan y dialogaran con todos los sectores con el objetivo de ejecutar reformas urgentes para vivir en equidad, en tranquilidad. Pero en Colombia las marchas pacíficas se responden con represión, con abusos sexuales incluso a menores de edad, con golpes en la cabeza, balas en el pecho, tiros desde el aire, en helicópteros, en tanquetas. ¿Cree usted justo defender atentados contra la vida de personas pidiendo mejores condiciones de existencia?, ¿Cree muy noble quedarse en silencio cuando disparan en las calles, desaparecen personas, abren cabezas a bolillazos, roban pertenencias, amenazan gente, denigran física y emocionalmente?

Sí, toda vida es sagrada, toda vida es digna de ser cuidada, protegida. También hemos visto personas golpeando con palos a los policías, también hemos visto CAI’s en llamas, gente enfurecida. La violencia es una cicatriz de nuestro país que no deja de sangrar. Y es absurdo que la gente del pueblo atente contra el propio pueblo. Sin embargo, frente a esto aclaramos dos cosas: Por una parte, cuando a usted le amenacen la vida de sus seres queridos, cuando le quiten la comida de la boca y no tenga un peso más en el bolsillo, cuando ya no le quede más energía en su cuerpo y aún así deba seguir trabajando a sus setenta años, cuando vea su futuro en ruinas frente a la opulencia, impavidez y mezquindad de sus gobernantes, podrá sentir y elegir las formas en que actuaría en su defensa, eso, en caso de que se manifestara.

Cuando en una marcha pacífica su hijo, su amiga, su hermano sea asesinado; sus compañeras de grupo sean gaseadas, su vecina abusada sexualmente o su abuelo golpeado, entonces quizás podrá comprender que aun cuando usted no esté de acuerdo ni ejecute la acción directa violenta, puede ser violentada. Y que en ese momento, su cuerpo quizás reaccionará de otra forma, porque está dolido, porque quiere defender a otras personas, porque se da cuenta de la crudeza del asunto, porque está cansada, porque no tiene miedo.


Y por otra parte, aun cuando en las protestas existan actos violentos, como quemar buses, romper vidrios, tumbar monumentos, tirar piedras o palos; jamás serán violencias equiparables a las que comete el estado, puesto que el valor de la vida no se compara con ningún bien reemplazable. Y porque es radicalmente distinto poner una tanqueta a poner un cuerpo.


No hay forma de comparar una persona desarmada a una, dos, hasta diez personas con cascos, bolillos, botas, motocicletas, armas letales, uniformes blindados, incluso otra contextura, fuerza y manejo de su cuerpo. Sin contar con las tanquetas, que están disponibles para utilizar la fuerza en todo momento. No podemos comparar una ama de casa, un joven que camina, una mujer trabajadora, con personas entrenadas y armadas para salir a combatir, pues el uso de su fuerza y el acatamiento de órdenes son su trabajo.


No podemos comparar el hecho de quebrar un vidrio de un banco que se ha aprovechado de las necesidades de toda una población durante décadas, a la vida de una persona que muere a manos de una institución al servicio del pueblo. Quien es asesinado tenía familia, sueños, ideas, y derechos humanos por el hecho mismo de su existencia, por el contrario el vidrio de un bus, un cajero o aún todo un edificio son objetos que se recuperan. Es indignante tener que aclarar por qué no tiene sentido empatizar más con un objeto inerte que con un ser humano que además solo quiere condiciones para vivir.


Además la violencia en las calles es fugaz, dura unas horas, un minuto, es un acto de autodefensa, o de impotencia, incluso a veces de manos infiltradas o de policías; jamás se podrá equiparar con la violencia que durante décadas hemos sufrido las colombianas, porque el hambre, el desempleo, las masacres, la falta de oportunidades, la desigualdad, la desinformación, la mentira, la injusticia, la corrupción... también son violencias, y no son fugaces, están enquistadas, y afectan a millones.

No es lo mismo una persona que rompe una ventana o quema una llanta, a quienes han quebrado para siempre las leyes, las familias, los sueños, las comunidades y hasta territorios completos.


No se puede comparar salir a las calles a hablar de derechos y su defensa, con la violencia que se ejerce por ambición y deseo de poder. La del estado se ejerce primero, sin mediar, con brutalidad y preparación. Es una violencia premeditada y consciente. Por el contrario, la mínima violencia legitimada por el pueblo es una respuesta, casi que obligada, desde el dolor y la impotencia. Y sobre todo es una respuesta simbólica, que se dirige a afectar lo único que las personas en el poder consideran importante, los bienes materiales, sobre todo si son privados. Y es también la excusa que usan para reprimir y violentar a las manifestantes, puesto que su única solución es el uso de la fuerza para regresar a la “estabilidad”, para imponer el “orden” y para dar la ilusión de seguridad.

Por si fuera poco, si la policía nacional o el ejército cometen abusos, el estado y los medios los respaldan. Salen sin identificaciones, vestidos de civiles, sus propios superiores justifican sus actos de forma que la institución permanezca intocable. ¿A quién acudir si son ellos los responsables?, ¿si la policía, la fiscalía, la procuraduría y los medios les defienden?


No hay sentido en que quienes se supone que están para protegernos (la policía, el ejército), sean quienes nos atacan cuando exigimos mínimos vitales. No hay sentido en que quien está para cuidarnos (el Estado) nos obligue a obedecer y nos reprima cuando no estemos de acuerdo en lugar de escucharnos.


¿Quiénes y cómo realmente nos cuidamos?

Si bien podemos cuidarnos de forma individual y colectiva, es imposible cuidarnos por completo sin tener acceso al cuidado estructural, y ese, el cuidado que nos cobija a todas, es el que exigimos desde las ventanas y balcones, el que ruge en todas las redes sociales y medios, pero sobre todo por el que ponemos el cuerpo en las calles, por el que se soporta el frío, el calor, el agotamiento. Es por ese cuidado que nos exponemos en las manifestaciones. Cuando salimos desde tantos sectores y saberes, desde tantas ideas y caminos, demostramos la diversidad que nos representa, y lo común que nos une. Somos mujeres, estudiantes, padres y madres, indígenas, taxistas, camioneros, afrodescendientes, educadores, obreras, médicos, desempleados, independientes, abuelos y abuelas, jóvenes, migrantes… todas personas buscando que cada vez seamos la mayoría de colombianas, quienes tengamos ese abrazo que sostiene, ese techo vital, ese alimento que nutre, ese territorio limpio y salvaje, esa tranquilidad en su vida, para descansar, para crecer, para crear y para vivir.


Es a través de la protesta, que hemos conseguido muchos de los derechos que hoy gozamos, y es por eso que sigue siendo urgente, vital, legítima, necesaria.

Es por eso que decimos que protestar es un acto de cuidado mutuo, amplísimo, enorme.

¿Y ahora qué piensa?, ¿podría ser la protesta una de las mayores acciones de cuidado colectivo y masivo?


A nosotras no nos queda duda, protestar es también proteger, abrazar, acompañar, dar aliento, estar presente, permitir la vida, promover el bienestar, ocuparse, con compromiso y determinación, de aquellas cosas que una persona ama. Por eso le invitamos a alzar la voz, a perder el miedo. Salga a cuidar su territorio, su comunidad. Salga por la dignidad de su pueblo, proteste para cuidar a aquel niño que no tendrá acceso a la educación, comparta información por la anciana que muere por el abandono estatal, denuncie la injusticia por aquellas que tienen silenciada su voz. SALGA, PARTICIPE, PREGÚNTESE POR QUÉ TANTO DOLOR, IRA, INDIGNACIÓN. PERMÍTASE SER ATRAVESADA POR LO QUE ESTÁ PASANDO. DIFUNDA, COMENTE, DEBATA. PROTESTE, Y CUIDE ASÍ DE TODO EL PUEBLO COLOMBIANO.



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Comments


Noah Nh
Noah Nh
May 10, 2021

Es valioso y necesario el llamado que hace este escrito sobre la concientización de lo que somos como país, cómo cultura. Dejar de pensarnos egoístamente y encaminarnos hacia lo colectivo, pienso, al igual que lo sugiere el texto, es el camino. Cuidarnos amorosamente, pensarnos cómo colectividad y proteger eso que somos y nos da identidad evidentemente es una base sólida para seguir protestando, para seguir manifestándonos en las calles.... Agregaría además, si se me permite, que es necesario y urgente establecer nuevos paradigmas culturales, nuevas formas de comprender nuestra complejidad y para eso debemos persistir en construir acciones que permitan edificar nuevas visiones de nuestro bien estar.... Buen documento

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