top of page

Sobre el dolor: trauma y cuidado

Foto del escritor: Daniela AcostaDaniela Acosta

Actualizado: 15 dic 2020


El dolor es parte íntegra de la experiencia del ser humano. Sin embargo, el trauma es la consecuencia de una vivencia que sobrepasa la forma en la que comprendíamos el mundo y nos desgarra. Ya no podemos predecir el comportamiento de las cosas, nuestra identidad se disuelve, se rasga la confianza con los otros y está unida al horror, a lo irreparable, a lo innombrable. La persona que porta un trauma se ve tradicionalmente con una luz negativa, como si su sufrimiento fuese un signo de debilidad que debe ser superada individualmente por el doliente. Sin embargo, a través del cuidado del dolor, podemos ver la experiencia límite con una nueva luz, como transformadora, que puede abrir las puertas a lo sutil, a lo compasivo, a la empatía, a la escucha y a la acción política.


La experiencia traumática rompe algo fundamental de la persona más allá de toda reparación. Desmorona quién era y cómo se relacionaba con el mundo. Su característica particular es que, aunque el trauma haya ocurrido en el pasado, el dolor inunda al cuerpo de repente como si la herida estuviera en carne viva, como si se repitiera el tiempo del desgarro una y otra vez de forma imprevista. Parecería, además, que la experiencia es incomunicable: es difícil nombrarla y, cuando se nombra, no es comprendida, escuchada ni vista con la urgencia de quien la narra.

Quien porta el trauma se hunde en la soledad: no comprende su experiencia, no es comprendida por otros, no se comprende a sí misma.


A los portadores de una experiencia traumática se les considera una raza extraña. Más aún, se piensa que el dolor es fundamentalmente algo individual e incomprensible para otros que no hayan pasado por la misma experiencia, de modo que la carga de la cura y del alivio pesa sobre el sufriente. Los testigos apenas pueden observar en silencio. Pero nada más lejano de la realidad. Si bien es el sufriente quien experimenta y conoce a través del dolor, es el tejido social, la red de apoyo con la que se relaciona y, finalmente, el ambiente de la sociedad en la que vive lo que permite o no que la experiencia traumática se repita. El cuidado del otro es, por tanto, algo fundamental en la cura de la herida o en el alivio del dolor.


Un ejemplo de cómo la perpetuación de una potencial experiencia traumática es responsabilidad de la sociedad es la violencia de género. Existe una idea de que lo femenino es inferior a lo masculino. Esto lleva a un amplio abanico de violencias en donde la mujer es objeto de placer, puede ser usada y ultrajada y no se le reconoce su humanidad. Como resultado de esa creencia, esta sociedad descree de la víctima y justifica al victimario. La justicia es inoperante u obstruida frente a casos de acoso, amenaza, abuso, violencia de pareja y feminicidio. Este es un ambiente que se presenta como una atmosfera en la que no hay un “afuera”. En este caso, la sociedad, desde cada individuo y como política pública, debería denunciar y desmontar esa creencia de la inferioridad de lo femenino para reconocer a las mujeres como sujetos de derecho, humanidad y justicia. Mientras esto no ocurra, las violaciones, acoso laboral y sexual, feminicidios, embarazos forzosos seguirán ocurriendo. Esta violencia de género estructural no lo solucionará cada mujer individualmente yendo a terapia, sino la sociedad comprometida con el cambio.


Este es mi caso. He vivido experiencias traumáticas como mujer y soy portadora de un profundo dolor: el abuso sexual de parte de quién más confiaba. No podía creer que hubiera ocurrido, que él lo hubiera hecho. Quise pensar por mucho tiempo que lo había malinterpretado o que era mi culpa. También me enfrenté a que mi familia, mis amigos y mi pareja no reconocieran el daño o mi dolor. De que si lo denunciaba sería como traicionar al que me abusó. Después, las amenazas, el miedo de que me hiciera daño a mi o a mi familia. La incomunicación, el abandono. Mejor dejar de existir en este mundo de profunda soledad y silencio. Es lo mismo que la muerte.


Comprender el mundo


Tenemos más o menos claro que ciertas experiencias límite pueden generar un trauma. Sin embargo, no conocemos qué ocurre después de esa vivencia. Se ignora que el trauma persiste por meses y años en las pesadillas, en el mutismo, en la tristeza, en la incomunicación. Después de cerca de un año de nadar en la incertidumbre, busqué respuestas sobre mi experiencia en la academia. Los científicos sociales que investigaban situaciones similares a la mía me permitieron estructurar de forma lógica la experiencia traumática y ponerle palabras, aunque fueran ajenas, a lo indecible. Aunque fueran en sí mismas insuficientes, era un cimiento para reorganizar mi cerebro y volver a habitar la realidad.


Fueron particularmente los textos de la antropóloga Veena Das los que me permitieron entender cinco cosas fundamentales respecto a mi experiencia. Primero, que existen perdidas que no pueden ser restituidas. La confianza en el victimario, un hijo desaparecido, la vida como era antes. Aceptar eso es indicativo de que se debe reconstruir el individuo desde otro lugar, porque empieza a ser otra persona. En este sentido, el dolor que se aparecía como un intruso que invadía el cuerpo es, en realidad, parte de esa pérdida irreparable. Puede que la reconstrucción no se trate de expulsarlo como algo ajeno, sino de comprender que es parte constitutiva de ti y que puedes aprender de él.


La segunda cosa que comprendí fue que la mayor conquista es volver a habitar el lugar de la devastación. Eso significaba, en mi caso, en habitar y convertir en mío ese cuerpo ultrajado y corroído. Volver a masticar. Volver a pararme de la cama. Estar despierta. Bañarme. Vestirme. Dormir. Despertar. Todas eran tareas simples, pero que requerían de un esfuerzo sobrehumano de mi parte. Por medio de los actos de la cotidianidad logré que ese cuerpo que fue despojado fuera, lentamente, mío de nuevo.


En tercer lugar, se debe reconstruir poco a poco y pacientemente el tejido social que fue

desgarrado por la experiencia traumática. Familia, pareja, amistades. Quien me abusó me había aislado por años, de modo que desde que hui de él me quedé sola. Además, la conexión con otras personas se volvió difícil. No recordaba cómo conversar, cómo reír, mucho menos cómo confiar. El cuidado de otros fue imprescindible para mi recuperación. Mi familia no entendía qué dolor pesaba sobre mis hombros. No sabían qué hacer con ese ente que había reemplazado a su hija. Aún frente al desconocimiento, se acercaban torpemente. Como por mucho tiempo no me paré de la cama y estaba sedada, ellos me daban pijamas, cambiaban mis sábanas, me daban té caliente. Volvía a tener un lugar seguro donde descansar.


Mi nueva pareja me escuchó y me acompañó. Fue algo realmente simple, pero que me permitió seguir viviendo. Me mostré como estaba: vulnerable, rota, sin vida, con miedo, con rencor, con un sentimiento de traición que me atravesaba toda, con la creencia de que volverían para hacerme daño, que no podría confiar nunca en nadie. Sentía que al ser sincera las personas se decepcionarían de mí o me repudiarían. Él me dijo que estaba bien, que mi existencia sola era suficiente.


Finalmente, tres años después pude hacer nuevos amigos. No puedo explicarles lo importantes que fueron. Mis amigos me devolvieron la risa. Volvía a sentir que pertenecía a algún sitio y a ser más de lo que era. Convivíamos por horas diariamente. Estudiábamos, escribíamos, hablábamos, comíamos, reíamos, bailábamos. Construimos nuestro lugar con rituales y puntos de encuentro. Pude, más o menos y torpemente, resarcir los vínculos que habían sido rotos por la experiencia traumática y que habían continuado desmoronándose.


La cuarta cosa que aprendí gracias a Veena Das fue que era posible tener una verdadera comprensión de ciertas cosas por medio de mi sufrimiento. Lo que les he narrado ciertamente puede ser entendido, pero la comprensión del dolor, de la soledad, el silencio, la traición, así como el cuidado, la reconstrucción y la recuperación del lugar que se habitaba son cosas que comprendo profundamente por medio de mi cuerpo, por medio de mis sensaciones. Es este conocimiento el que Veena Das nombra como “conocimiento envenenado”. Para que alguien ajeno a la experiencia de sufrimiento pueda acercarse a su comprensión debe dejarse invadir un poco por ese veneno. Presentir el dolor del otro en mi propia carne. Esto puede ocurrir si escuchas un relato doloroso de otra persona, si ves o acompañas sus heridas. El propósito de dejarse tocar por el dolor de otro es situarse a su lado y buscar su alivio. Si la sociedad se doliera, si el cuerpo social sintiera ese dolor, en conjunto se trataría de cuidar, aliviar y prevenir el sufrimiento.


Esta idea nos lleva al quinto aprendizaje: conocer por medio del sufrimiento puede llegar a evitar que se replique la dinámica social que permitió que ocurriera la experiencia traumática. Parte de la individualidad que he construido a partir de la posesión del trauma es la acción política para reconocer la violencia de género como algo que debe ser conocido, denunciado y desterrado de la sociedad de forma urgente. Esto debe ocurrir como parte de una política pública que ataque la estructura de la violencia dentro del Estado y sus múltiples expresiones. Sin embargo, para empezar a comprender y extender la importancia del cuidado, les contaré algunas cosas de cómo acompañar al otro desde lo individual.


El cuidado


Por supuesto, no hay fórmulas definitivas que nos indiquen un camino que será siempre correcto para vivir o acompañar el sufrimiento. No obstante, hay algunas cosas que es necesario no perder de vista. En primer lugar, recordemos que no nos educan para afrontar el dolor o la muerte y a menudo evitamos hablar del tema. Pese a esto, es necesario que poco a poco nos acercarnos a él. Escuchar o sentir al otro y aproximarse de forma respetuosa es algo que puede sentirse y aprenderse.


Imagino este proceso de comunicación como una puerta que se entreabre. Las acciones son sutiles y variadas. Podemos espiar por la puerta, podemos escuchar sin necesidad de ver, podemos prestar una mano, podemos reconocernos en el otro. También es posible cerrar la puerta, aunque no sea de forma definitiva y aún podamos tener nuestro espacio. Se puede construir un lazo silencioso por medio del “estar ahí”.


-Antes de empezar, hay que considerar el cuidado del cuidador. Acompañar al portador de un profundo sufrimiento y dejarse tocar por su dolor es incómodo y generará malestar como parte del proceso. Puede llegar un punto en el que lo que comparte el otro sea demasiado para soportar (a esto se le llama desgaste por empatía). Para evitar o tratar esta sensación de agotamiento emocional, es necesario que quien acompaña reconozca sus propios límites y los comunique de manera clara a la persona a la que acompaña. Esto no se trata de abandonar al otro, sino de un cuidado mutuo en el que también se debe cuidar al cuidador. En este sentido, recordemos que quienes acompañan no son salvadores, sino personas normales que escuchan y buscan el alivio del dolor.


-El sufrimiento se puede manifestar y comunicar de muchas maneras y no está solo limitado a la palabra o a la narración tradicional. En este sentido, es necesario empezar a reconocer las pistas del dolor en el otro, en su cuerpo, en su comportamiento, en sus silencios.


-No podemos obligar al otro ni a escucharnos, siendo portadores del sufrimiento, ni a que nos comuniquen su experiencia, siendo nosotros testigos. Sin embargo, esto no elimina la posibilidad de un acompañamiento silencioso, en la medida de las capacidades emocionales de cada persona. Estar con el otro se puede dar desde la cotidianidad escuchando, comiendo, riendo. Crear, fortalecer o reparar vínculos con el otro hace parte de la reconstrucción del mundo.


-A veces el dolor deja pérdidas que no pueden ser restituidas o heridas que no pueden ser por completo curadas. Sin embargo, eso no hace a la otra persona un ser incompleto. El dolor puede abrir las puertas a lo sutil y a lo compasivo, a la escucha y el reconocimiento del otro. Es por eso por lo que no debemos proyectar nuestros deseos de recuperación en el proceso del otro. A veces el dolor pasa a ser parte íntegra de la persona y, si rechazamos este hecho, no la reconoceremos y la aceptaremos en su complejidad.


¿Y ahora?


Desde ese entonces hasta en el momento en el que escribo este texto han transcurrido 5 años. ¿Qué pasó con mi experiencia traumática? Por supuesto, nunca se fue. No es algo que pueda olvidar. Ya no lloro cuando debo verme con un profesor a solas, pero me cuesta construir relaciones laborales o académicas con figuras de autoridad. Ya no siento ganas de vomitar cuando voy a una cita médica sola, pero procuro dejar grabando el celular por si el médico se quiere sobrepasar. Adoro a mis amigos, pero me da miedo que nuestros principios sean diferentes y que no comprendan la máquina maligna de la violencia de género. Las cosas en el mundo no han cambiado y cuando salgo a la calle los hombres me dicen cosas violentas y desagradables; el mundo continúa creyendo al victimario y estigmatizando a la víctima; el sistema de justicia continúa beneficiando la impunidad de la violencia. Es este dolor que me atraviesa toda y lo hace todos los días, tanto en el pasado como en el presente, lo que me recuerda que la lucha por la erradicación de la violencia de género debe ser política, constante y radical.


No ocurre únicamente con este asunto: la guerra, la pobreza, el despojo, el exterminio de tantas formas y en tantos lugares. Frente a estas situaciones deshumanizantes y crueles podríamos aprender a presentir el dolor del otro en la propia carne para hacer del sufrimiento un asunto social, más que un asunto individual. De esta forma, podríamos construir formas de cuidarnos entre nosotros y de crear nuevos lazos de solidaridad y escucha. Además, la identificación de los sistemas o situaciones potencialmente traumatizantes podrían, mediante la acción política, reconocerse, prevenirse y transformarse para evitar que sigan generando heridas. Los sujetos de dolor son fundamentalmente, como lo enuncia Veena Das, sujetos de dignidad. Tenemos mucho por sentir y aprender de sus procesos de sufrimiento, reconstrucción y transformación a nivel individual y social.

798 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


Formulario de suscripción

  • Instagram
  • Twitter
  • Facebook

©2020 por SITUADAS.

bottom of page