"La amistad, me parece, se construye con un pie en lo privado y el corazón, y el otro, en lo público-político del pensar... del pensar juntas. Con todo lo que esta dimensión conlleva de valores y de responsabilidades sociales y humanas". Margarita Pisano
El asunto del cuidado colectivo entre feministas no es algo menor. Por algo, cuando salimos a marchar juntas gritamos “el Estado no me cuida, me cuidan mis amigas”, y esto, en una amistad feminista, se vuelve fundamental. Las amigas no son solamente esas personas con quienes se comparte, sino que se vuelven ese lugar feliz donde realmente existe la alegría, la comprensión, la escucha, las charlas de tres horas donde conoces tus límites y te sientes sostenida, protegida y correspondida. Construir una especie de red de apoyo se ha vuelto fundamental en sociedades donde la tolerancia a las violencias machistas y a otros tipos de violencias es alta, y donde una siente que muchas veces no es comprendida.
Estas redes de apoyo, que en el fondo apuntan al cuidado colectivo, nos permiten, como feministas, garantizar también la sostenibilidad emocional, personal o íntima y que trascienden para sostener también nuestras construcciones organizativas y políticas. Como menciona la antropóloga feminista Mari Luz Esteban en su artículo ‘Los cuidados, un concepto central en la teoría feminista’, “se trata de una forma de apoyo mutuo simbólico y práctico que trasciende las necesidades cotidianas y comunes a cualquier persona, y que se concretaría en la protección y el soporte para desarrollar formas de vida y proyectos individuales y colectivos alternativos”.
Atender a este tipo de redes de cuidado feminista implica también cuestionar la idea de que las redes de cuidado están necesariamente relacionadas con la procreación y la crianza, para también desafiar la noción tradicional de familia anclada a los lazos de sangre que se ha privilegiado en la ciencia y en nuestras sociedades por mucho tiempo. Vemos todo el tiempo cómo el cuidado es un concepto absorbido para ser reproducido una y otra vez en medio de nuestras relaciones familiares y de parentesco, conceptos que además obedecen a unas nociones de familiaridad muy restringidas, justamente por la procreación y la crianza. En este sentido, podríamos pensarnos nociones de familias más amplias donde también quepan las amistades, y así construir redes familiares con todos aquellos seres vivos con quienes se entablen lazos afectivos.
Además, llama la atención que esa sobrerrepresentación del cuidado relacionado con la crianza o con la procreación se traduce en una sobrerrepresentación del cuidado como un asunto de lo privado y de lo íntimo. En contraste con esta relación de cuidado-privado, se podría decir que existe una subrepresentación de la relación cuidado-público que se asume cuando las afectividades que se desarrollan en una amistad feminista no se ubican meramente en el ámbito de lo privado, como una relación que goza de intimidad, complicidad y confianza; sino cuando esas afectividades se desarrollan también en la esfera pública a partir de la cooperación política que, a su vez, genera esas intimidades, complicidades y confianzas.
Ejemplos de esto son todos los espacios de cuidado colectivo feminista que se generan en la misma práctica política feminista. Las marchas se convierten en escenarios poderosos donde muchas amistades feministas se encuentran y se apoyan, aún en momentos de crisis o confusión que ponen en práctica este repertorio de acción colectiva: desde organizarse para prever qué pasaría si cuerpos policiales nos atacan en una movilización, la solidaridad y corresponsabilidad con respecto a posibles altercados, agresiones por parte de otros actores, intrusiones de hombres que hacen sentir incómodas a las compañeras, hasta el reparto colectivo de capuchas feministas para protegerse de los lacrimógenos y para cuidar las identidades.
Generar cierto tipo de afectividades entre humanos, al menos respecto a lo que contaremos aquí, significó para nosotras muchos cambios tanto a nivel individual e interno como en la forma en la que nos relacionamos con el mundo. Una de esas cosas que nos impactó en ambas dimensiones fue que con la construcción de nuestra amistad también construimos nuestro intento por pensarnos y pensar al mundo como feministas. No podemos decir o asegurar que las dos empezamos este camino por devenir feministas al mismo tiempo, aunque sí podemos decir que encontrarnos nos transformó, nos dio una dirección, unas perspectivas y muchos ratos de discutir teorías y experiencias que nos interpelaban.
El espacio en el que nos encontramos fue aquel en el que, tal vez, se construyen las relaciones de poder y privilegio más desiguales en Colombia: la universidad. Ahí estábamos las dos, fluyendo como dos ríos en medio de tantas influencias externas y sentipensamientos propios, para utilizar la metáfora de Gloria Anzaldúa sobre la identidad. Dos ríos que se encontrarían y se influenciarían el uno al otro al punto de construir una de las cosas más bonitas que nos deja el feminismo: la amistad y la complicidad feminista.
Llegar al feminismo como práctica o como teoría no ocurre siempre de las mismas formas. Dentro de esas múltiples maneras de llegar allí surgen situaciones personales que nos interpelan como, por ejemplo, la intimidad de nuestros hogares, con nuestras parejas o amistades; o incluso desde el encuentro con los libros y las teorías de quienes han dedicado su tiempo y esfuerzos a visibilizar las luchas feministas. Sin embargo, esos encuentros personales se nutren y se alimentan una vez encontramos amistades que están en este largo camino tan personal, pero también tan colectivo y político.
Una vez nos conocimos, empezamos a fluir las dos de diversas formas. Al principio había muchas diferencias y, sobre todo, diferencias políticas. Éramos dos mujeres jóvenes estudiando Ciencia Política en una universidad que se ufana de la tradición, y mientras una de nosotras se sentía identificada con todos aquellos valores, la otra los repelaba. De esas diferencias surgieron un montón de anécdotas graciosas donde nuestros desencuentros primaban. Pero después de un tiempo, ya éramos dos mujeres críticas, que a punta de teoría, como nos llega a muchas el feminismo, habíamos comenzado a retar varios imaginarios sociales que se reproducían en la universidad y en otros espacios. Nuestra amistad significó principalmente eso: cuestionar(nos).
Las clases, los trabajos en grupo y cualquier tipo de actividad con la universidad siempre nos ponía en contacto para hablar de nosotras o de temas más académicos, pero fue el feminismo aquel catalizador que le dio fuerza a nuestra amistad. Siempre veíamos muchas clases juntas, pero lo que más nos unía y por lo que amábamos encontrarnos era para hablar sobre libros o productos audiovisuales que habíamos leído y visto. Eran horas compartiendo todo eso que habíamos aprendido sobre textos de bell hooks, Judith Butler y Ochy Curiel.
Siempre tuvimos mucha afinidad en cuanto a los feminismos con los que nos sentíamos identificadas de manera individual, pero aun así siempre discutíamos y reflexionábamos cosas que tal vez no veíamos de la misma manera. El hecho de sentar nuestra posición sobre cualquier tema, y más sobre feminismos, siempre significó para nosotras un diálogo de nunca acabar. Y quizás estas discusiones sobre la teoría feminista, pero también sobre quiénes somos y cómo hemos construido nuestra amistad, ha sido unos de los procesos más valiosos dentro de nuestra propia trayectoria. Nos ha enseñado que decir qué está bien y qué no no debe ser sinónimo de pelea o de conflictos irreconciliables. Nos ha permitido entender que es necesario y responsable exponer nuestros sentires y nuestros pensares sobre lo que nos tiene a gusto y sobre lo que no.
Esto, por supuesto, desde las lógicas del respeto y el cuidado hacia la otra. Todo esto han sido formas en las que hemos podido tejer formidablemente nuestra amistad, conocer a la otra y a nosotras mismas. En últimas, ambas hemos estado manteniendo un pie en el cuidado-privado y otro pie en el cuidado-público.
Como jóvenes feministas y apasionadas por la teoría, ese campo tan academicista y tan criticable nos hizo críticas frente a dinámicas que veíamos, no solo en la universidad, sino dentro de la misma comunidad feminista. Una de las primeras cosas que retamos fueron esos ideales del feminismo blanco de la mujer única y el paradigma del patriarcado universalista. Yuderkis Espinosa, bell hooks y nuestra amada Ochy Curiel, nos llenaron el corazón de esperanza y la cabeza de compromisos e ideas.
Nos dimos cuenta, tiempo después, de lo política que podía llegar a ser nuestra amistad sabiéndonos feministas. Nuestros sentires y compromisos privados y públicos, y la misma tensión y oposición entre privado y público, nos llevaron a pensar y repensar muchas de las dinámicas que veníamos llevando por medio de la organización colectiva. No se trata de estar todo el tiempo planeando estrategias o haciendo networking, como en muchas ocasiones se cae erróneamente, sino que más bien es una amistad llena de compromisos, ideales políticos y mucho cuidado. Es decir, una amistad que se piensa a sí misma como un tejido, donde lo que se construye se hace por medio de la unión de varias partes que juntas hacen un todo poderoso y hermoso, y donde también se conocen tanto los límites como los alcances de lo que se construye. Creamos una pequeña comunidad de dos, en la cual, además de haber aprecio y admiración, hay mucha contención, complicidad y todo lo que implica cuidar de la otra.
Pasar de discutir y hablar sobre teorías y experiencias a la luz del feminismo a constituir un proyecto colectivo ha marcado un antes y un después en nuestra amistad y, por supuesto, en lo individual. Hemos pasado de vivenciar un feminismo casi que individual a vivenciar un feminismo colectivo. En donde lo personal es político, pero lo colectivo en efecto también lo es y además de ser político es poderoso. Más aún, cuando de por medio, se construyen lazos de amistad fuertes, que se apoyan y se dicen cuánto se aprecian, pero en los que también se construye desde el desacuerdo. Podríamos llegar a decir que lo más bonito que nos ha dejado esta amistad es la idea de que hablar de lazos y redes colectivas, como lo pueden ser las amistades en términos vivenciales y políticos, implica también hablar de procesos de aprendizaje y desaprendizaje. Pero también de una necesidad por querer incidir en nuestras vidas y la de otres; en la medida en que se va construyendo el respeto, la confianza y un querer que va abriendo la posibilidad de conocer de la otra y de una misma.
Ampliar la discusión sobre el amor y el cuidado que debemos tener por y para nuestras amistades, nos permite reflexionar, como ya lo había dicho Coral Herrera en su libro Mujeres que ya no sufren por amor. Transformando el mito romántico, que el amor es una forma de relacionarnos con el mundo y que, al igual que las relaciones románticas o familiares, las amistades también merecen un espacio en nuestra vida, dignas de ser alimentadas sobre las bases del respeto, la confianza, la horizontalidad, la lealtad y el amor por la otra persona. Y por supuesto que es un proceso, que se va tejiendo con el tiempo y con los años, pero que además, se construye en las dinámicas propias de quienes las crean.
La amistad feminista, que necesariamente se configura desde la responsabilidad afectiva, es entonces una de las construcciones con más desafíos para materializarse. Primero, porque el sistema patriarcal nos ha enseñado a relacionarnos con les otres desde lógicas individualistas y egoístas, donde “primero soy yo, y después también soy yo”. En donde, con tal de una estar bien, no le importa cómo se sienta la otra persona. Pero también el patriarcado ha creado enemistades entre mujeres, hemos internalizado animadversiones y envidias hacia las otras por el simple hecho de ser mujeres. El sistema nos ha puesto a competir y crear rivalidades entre nosotras. A todo esto Margarita Pisano, le ha llamado el mandato histórico de la enemistad entre mujeres y la misoginia internalizada.
Frente a esta situación un poco desolante y quizás desmotivadora para construir amistades políticas y feministas, es que una se siente afortunada. Además de ser consciente de esas estructuras patriarcales y misóginas que internalizamos en nuestra cotidianidad y, que tratamos de deconstruir día a día, el destino y la vida nos premian con amistades que ayudan en este proceso de construcción y deconstrucción desde las prácticas más cotidianas; pero también en el proceso de formación y conciencia política. Amistades de las cuales aprendes sobre el mundo y el entorno que te rodea, y a la vez sobre ti misma, sobre lo que está bien y lo que no, lo que te hace sentir incómoda o herida y lo que te hace bien y te da felicidad. Es un proceso de constante construcción, en donde los afectos se renuevan con el tiempo y con los encuentros, donde se permite, al igual que el proceso de una planta, sembrar, regar y alimentar una amistad, esperando con ansias a que crezca y se fortalezca.
No hay mayor desafío para el capitalismo individualista que nos quiere pensando en ideales románticos y monogámicos del amor, que colectivizar nuestro amor y nuestros afectos con nuestras amigas, y más cuando hablamos de amistades feministas donde el reto, como ya lo dijimos varias veces, está en la construcción de esa reciprocidad, en la preponderancia del cuidado y en la importancia del reconocimiento mutuo y con mucho cariño de nuestros saberes y sentires.
Tatiana Gómez y Mariana Muñoz
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